Esquilo (sobre 525 - 456 a.C.) refleja en sus obras una profunda fe en el Estado ateniense. El poeta, quien conoció en su juventud los últimos años de tiranía de Hipias (hijo de Pisístrato, ejerció la tiranía en Atenas entre 527 y 510 a.C.), es en cierta manera el representante de una “teología natural”, de una armonización entre la esfera divina y la humana, aunque para ello se necesitase de lucha, pues no en vano luchó Esquilo en la batalla de Maratón contra los persas. El filósofo y escritor José Ortega y Gasset expresó este carácter con las siguientes palabras: “Le acongojan los problemas del bien y del mal, de la libertad, de la justificación del orden en el Cosmos, del causante de todo. Y sus obras son una serie de acometidas a estas cuestiones divinas”.
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Sófocles (sobre 495 – 405
a.C), hombre culto y refinado, perteneció al círculo más selecto de
Atenas, siendo apreciado por toda la población, según las fuentes, por
su carácter respetuoso y abierto. Perteneció a la clase de ciudadanos
que, sin desdeñar los ideales de la naciente democracia, no abandonó por
ello su relación con las ideas más tradicionales. Fue en este sentido
un hombre preocupado por la relación entre la acción y destino humanos
en su conexión con el orden del mundo. El héroe que retrata en sus obras
constituye una mezcla entre sufrimiento y error, en una pugna entre el
albedrío humano y el inmutable destino.
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Eurípides (485 – 406 a.C.),
por su parte, ha sido presentado tradicionalmente como el más
racionalista de los tres grandes trágicos, por su relación y sus ideas
cercanas a la sofística. Existen en sus tragedias numerosas reflexiones y
críticas sobre los mitos y creencias tradicionales, en un intento de
analizar, con ayuda de la razón, las situaciones trágicas. Los
personajes se enfrentan en discusiones de principios, se rebelan contra
la tradición y exigen una explicación justa y una actuación racional.
Por el contrario, personajes como Medea o Fedra toman sus decisiones
previa reflexión, sí, pero en el momento álgido se dejan arrastrar por
sus pasiones, imponiéndose el trágico final; la propia Medea afirma en
un famoso monólogo que su pasión es más fuerte que su razonamiento. Por
esto algunos autores han calificado a Eurípides en sus obras como
“racionalista”, mientras que otros lo han hecho como “irracionalista”.
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